Relato Zapatos de Arena
De Lola Montalvo.
CORTO AMFE-MUJER 2008 de Castilleja de la Cuesta, Sevilla
Le encantaba ver cรณmo las olas iban a morir a la playa. Le encantaba que las espumantes gotas de agua salada arrastradas por el viento le salpicaran la cara y el pelo. Las gaviotas cabalgaban sobre la superficie rizada del mar a la espera de coger una presa. Estaba sentado en la orilla, los dedos de los pies enterrados en la fresca tierra hรบmeda. Sus mejores zapatos. Sonriรณ. Ella siempre le decรญa eso. ¡Quรฉ pena que uno no se los pudiera llevar puestos!
El cielo, plomizo, pesado, amenazante de lluvia. El aire espeso, perfumado de sal, cรกlido unas rachas, fresco, otras. Hacรญa rato que los baรฑistas se habรญan marchado. El increรญble sol con el que se habรญan levantado esa maรฑana se habรญa dejado vencer por la fuerza hercรบlea de las nubes, macizas, potentes, llenas de lluvia. Pero Pascual seguรญa allรญ sentado. Necesitaba pensar, recordar. Necesitaba ensordecer su dolor. Tenรญa miedo a olvidarla, a que un dรญa se despertara por las maรฑanas y su primer pensamiento no fuera para ella; no fuera ella.
Con mimo, con extrema delicadeza, acariciรณ la urna que recogรญa lo que ahora era su esposa. Descansaba a su lado, sobre la arena, como otras miles de veces habรญa estado ella mientras que juntos veรญan al mar ir y venir, subir y bajar, agitarse fervoroso en un juego eterno al que Pascual y Mara asistรญan con las manos entrelazadas o hablando o riendo o sin hacer otra cosa que ver y sentir. Su amada Mara.
Pascual cerrรณ los ojos intentando contener el llanto que le atenazaba la garganta, pero las lรกgrimas fueron capaces de escapar y rodar por su arrugado rostro y escocerle en el alma. Gotearon sobre la arena
mezclรกndose con el agua de ese mar que siempre habรญa amado tanto.
Y recordรณ.
Recordรณ cuando una hermosa tarde de verano la vio por primera vez, hace ya mรกs de cuarenta aรฑos. Flacucha y desgarbada, recogรญa conchitas que metรญa en una cesta. Sus bellos ojos azules como el cielo, enmarcados en unas pestaรฑas casi blancas, como su cabello rubio ceniza. Miles de pecas en una piel lechosa, rosada, y una enorme boca con labios de cereza cerraban el conjunto de un rostro no hermoso, fascinante. Al verla Pascual supo que ya no podrรญa separar su vida de la de ella.
Hablaron cosas de adolescentes. Ella reรญa sin parar, de una forma algo boba, queriendo ser coqueta, mientras enterraba los pies en la arena. Sus mejores zapatos, dijo, los zapatos de arena de playa, con ellos te calzas el mundo.
Se vieron durante ocho veranos mรกs hasta que pudieron casarse. Pascual nunca tuvo que convencerla para que vivieran en el pueblo, junto al mar. Ella lo dejรณ todo en la ciudad sin quejarse nunca, sin explicar nada. La playa era su casa; el mar era su alma. Con los aรฑos supieron que no podrรญan tener hijos. Con el paso de la vida se fueron quedando solos en el mundo. Con cada pรฉrdida, con cada mala noticia, cogรญan una cesta con pan, queso y vino y se iban a la playa a ver, a contemplar el mar. Se pasaban horas mirando las olas ir y venir, acariciando la orilla, espumando unas veces perezosas; araรฑando con furia, otras.
Volvรญan a casa cuando ya el sol se habรญa marchado, abrazados y renovados. Pasara lo que pasase se tenรญan el uno al otro, para siempre. Mara dedicรณ toda su vida a cuidar y atender a Pascual. รl, por su parte, trabajaba faenando en un barco. Cuando se quedaba sola se pasaba las tardes en la playa, sentada en la orilla imaginando las aguas por las que estarรญa navegando su marido. Pascual, cuando terminaba sus tareas, dejaba vagar su mirada hacia el punto del horizonte en el que estarรญa la costa y su casa y se imaginaba a su querida Mara sentada en la arena de su playa, jugueteando con las conchas y enterrando los pies en la arena.
Un dรญa, quince aรฑos atrรกs, Mara se sintiรณ indispuesta. Todo se resolviรณ con una sencilla intervenciรณn quirรบrgica y varios dรญas en el hospital. Sin saberlo algo tan sencillo, tan banal, fue la causa de la enfermedad que la llevarรญa a la muerte. Por una transfusiรณn se contagiรณ de un virus mortal, asesino. Poco a poco se fue debilitando, se fue consumiendo. Los medicamentos, en fase de experimentaciรณn, no le hacรญan nada. Los anรกlisis fueron empeorando mรกs y mรกs. La batalla estaba perdida y Mara se morรญa sin remedio.
<<Mi vida se apagaba con ella. La besaba y abrazaba con la esperanza de contagiarme de ella. La amรฉ sin protegerme deseando enfermar de su veneno. No podรญa soportar ver cรณmo la Muerte me la iba arrebatando, dรญa a dรญa, aรฑo tras aรฑo. No habรญa esperanza y el tiempo se acababa. >>Su sufrimiento atรณ mรกs aรบn mi corazรณn al suyo. Nunca se quejรณ o protestรณ y procurรณ siempre, con increรญble dulzura, aplacar la ira que me dominaba cada vez con mรกs asiduidad, por la desesperaciรณn y la impotencia.
En los รบltimos meses ingresaba en el hospital cada vez con mรกs frecuencia. Pero un dรญa mi querida Mara me pidiรณ no ir nunca mรกs. Y yo aceptรฉ. >>Una madrugada su respiraciรณn empeorรณ. De eso hace sรณlo una semana. La fiebre abrasaba su ajada piel, un dรญa blanca y hermosa. Apenas habรญa carne sobre sus huesos y el cabello hacรญa tiempo que habรญa desaparecido. Los ojos de un azul metรกlico se encontraban escondidos en unas cadavรฉricas cuencas. Pero para mรญ seguรญa siendo la mรกs bella, la mรกs fascinante de las criaturas. Mi amada Mara. La envolvรญ en la colcha que ella habรญa tejido para nuestro lecho nupcial y la llevรฉ a nuestra playa. La sentรฉ en la arena como miles de veces habรญa hecho y me acurruquรฉ a su lado intentando impregnarme de su olor y de la vida que se le iba a chorros y que yo no podรญa contener con mis callosas manos entrelazadas a las suyas. No hablamos. Sรณlo esperamos a que la aurora nos diera la vida una vez mรกs.
Cuando el sol se asomaba como un mรญnimo gajo de luz sobre el horizonte sentรญ cรณmo mi querida Mara daba el รบltimo suspiro. Agarrรฉ su rostro y lo besรฉ en un intento vano de retener su รบltimo hรกlito de vida. Palpรฉ su pecho intentando contener los latidos que se apagaban. Mis lรกgrimas baรฑaron su piel intentando dar calor a su carne casi frรญa. Arrebatado por el llanto, enloquecido, la atenacรฉ con mis brazos intentando meterla bajo mi piel para que jamรกs me dejase sรณlo. El sol despuntรณ por el horizonte, redondo y dorado, iluminando sus apagados ojos. El mar suavizรณ su empuje sobre la playa para no molestar ni alterar su eterno reposo. Enterrรฉ sus desnudos y huesudos pies en la fresca arena de la playa y me tumbรฉ a su lado>>
Encontraron a Pascual tumbado en la playa junto a su esposa muerta. Lo llevaron al hospital, pero la herida mortal que le ahogaba se encontraba en su alma, no en su carne. Odiaba los latidos de su corazรณn que le mantenรญan vivo. Unos vecinos le ayudaron a arreglar el funeral e incineraciรณn de su esposa. Le dieron de comer. Le ayudaron a arreglar sus cosas. Pero Mara no estaba a su lado y la necesitaba.
Pascual abre los ojos. Las lรกgrimas hace rato que brotan sin control y el llanto domina su cuerpo vencido. La lluvia, en un principio suave y ligera, golpetea rabiosamente contra su cuerpo y arrastra su dolor mezclรกndolo con el agua del mar que ya cubre sus pies enterrados. Toma la urna que descansa a su lado y la besa con ternura. Se pone de pie. No podrรญa decir cuanto lleva sentado en la arena de la playa, pero ya estรก declinando la luz del dรญa. La lluvia arrecia furiosa; el viento sacude su fatigado cuerpo, haciendo aletear su ropa y su cabello. Sujetando junto a su corazรณn el amado objeto, avanza hacia la inmensa profundidad. No siente frรญo. No tiene miedo.
Sรณlo lamenta la torpeza de su envejecido cuerpo que no le permite avanzar con mรกs soltura y rapidez. Se le hunden los pies en la arena, el agua lo envuelve en un frรญo abrazo y se deja llevar. Antes de que la mar le cubra por completo y silencie su aliento, Pascual escucha, si eso es posible en medio de tan furiosa tormenta, la risa cantarina y feliz de su amada Mara. Y sonrรญe.
Publicado en la Revista DE 1ยช MANO, ediciรณn 75.
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