EDITORIAL. Gala a la opulencia
Ahora que estamos en los umbrales de inicios de clases, sabemos que muchos niños y jóvenes tienen el privilegio de matricularse en costosos Colegios privados solventados inclusive por la entidad Binacional, sin embargo otros niños no tienen la posibilidad ni siquiera de inscribirse en la escuelita de su barrio.
Algunos jóvenes tienen el privilegio de matricularse en costosos Colegios privados solventados inclusive por la entidad Binacional, sin embargo otros niños no tienen la posibilidad ni siquiera de inscribirse en la escuelita de su barrio.
El Art. 26 de la Declaración de Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho a la educación, gratuita, obligatoria y en igualdad de condiciones. Esta declaración queda en descanso en los papeles cuando nos referimos a sus tres elementos: gratuidad, igualdad en condiciones y obligatoriedad. Ninguno se cumple, o si no, no habría tanta mendicidad, ignorancia extrema, niños en situación de calle, sin ninguna posibilidad de desarrollo ni progreso, en comparación a otros que tienen todo y verdaderamente gratuita.
Los privilegiados de la sociedad hacen gala de su posición social que se sienten superiores ante los excluidos que nacieron bajo el manto de la pobreza y que no han tenido la misma oportunidad de salir adelante en la vida.
En nuestra sociedad hay personalidades en continua competencia por salir y ser reconocidos públicamente, éstos han materializado el mundo, han deshumanizado su propia existencia, pisoteando al que está abajo, sin embargo si le pasara la mano al pobre y al humilde para levantarse, al menos podría caminar atrás.
Analizando desde otro punto de vista, en nuestro país existe el descontrol y desnivel en la distribución de los bienes y riquezas. A unos pocos entregan de sobra y los demás quedan sin nada. No existe una política equitativa, más bien el derroche que expande pobreza extrema con consecuencias catastróficas resumidas en hambre, drogadicción, situación de calle, deserción escolar, delincuencia, emigración en masa.
Si la educación en el Paraguay fuera obligatoria como indica la Declaración de DD.HH y nuestra propia carta magna, no quedaría un solo paraguayo sin haber terminado la secundaria básicamente. De esa forma tendríamos mayores posibilidades de empleo, de progreso. Pero la obligatoriedad es una mera decoración legal porque se sabe que un niño con el estómago vació no puede concentrarse ni aprender nada. La causa de nuestra pobreza debemos a nuestras magníficas autoridades, llamase Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial que juntos no hacen otra cosa que galardonarse unos a otros, mientras que el pueblo sigue esperando sonsamente lo que algún día no llegará.
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